El traslado desde un lugar a otro no es simplemente subirse y ya… Es todo un ritual cuando se hace cotidiano…
Y es que todos cuando están sobre la micro parecen simulan ser maniquíes de acompañamiento… casi de ambientación…
El viaje en micro es un transporte también hacia el ansiado momento de soledad verdadera, porque finalmente, la soledad no depende de estar con mucha gente o no… el número de gente que te rodea no es ningún indicador o determinante, pues la soledad consiste en sentirse solo y punto.
Y si somos más observadores la mayor parte de la gente preferimos acompañarnos de un buen mp3 que cargamos antes de salir antes que sociabilizar con desconocidos e impredecibles seres humanos. ¡Los objetos inertes han cobrado vida! De un modo figurado, de una forma irónica, pero la han cobrado. El mp3 es quien, sin juzgarte y sin hablar, de un modo muy sutil logra revelarnos con qué pie nos levantamos esa mañana…y nos ponemos una sarta de canciones alegre o de canciones tristonas a fin de llenarnos de energía o de pensar más pelotudeces de las que ya hemos estado pensando.
Y en la tarde, y ya de regreso, ese mp3 puede ir acompañado de una buena simulación de sueño estirando la cabeza un poco hacia atrás, colocándose unos lentes enormes y oscuros para que no vean si en realidad duermes o no, con la música en los oídos y al lado de la ventana si es posible… bien aislada, en la hora quejumbrosa de todo mundo en que estudiantes de colegio, profesores, oficinistas y cuanta gente sube se siente tan cansada como el de al lado…
Creo que es en ese momento preciso en que todos creemos que es imposible que el de al lado tenga más sueño que uno…
Y claro, cuando trabajas con trastornos de la comunicación cuando todo el resto puede hablar sin problemas para resolver sus conflictos en sus trabajos valoras “el don de la palabra”, sólo que el resto de sopencos que van en la micro no saben lo que eso significa. Angel Riviére lo dice bonito… pero a esa hora de la tarde en que batallaste con todos los impasses de la vida, que calmaste angustias y una vez trataste de entender conductas nuevas que aparecen y no entiendes, sólo odias a esa masa y los llamas “sopencos”. ¡Sí! Jaja!
En fin… retomando el viaje en micro he ido haciendo ciertas observaciones a través de esta rutina que ya he tomado por habituación…pequeñas cosas… de esas cosas que nadie se fija en sí mismo que hace…
Siempre subo con el mp3 prendido a todo volumen, con un bolso repleto que no alcanza a cerrar y con algún trozo de tarta que voy desayunando mientras voy al paradero. La micro siempre pasa en el rango de las 10:15 y las 10:20 y casi siempre al lado del señor conductor que a veces no me mira con cara solidaria por portar un pase que acredita que no tengo ningún tipo de acreditación que me dé el dinero suficiente para pagar el pasaje completo, va un señor de ojos verdes… es un señor que siempre se sienta en el mismo lugar y que siempre habla sobre las mismas cosas. Lleva muletas y aunque pareciera que va de paseo, asumo que a algún lugar irá. Cada vez que me subo él me mira… cada vez con cara de tener algo en común conmigo, pero sin cara de jote apestoso, sino por el contrario con actitud de clarividencia…él siempre habla de cotidianeidades, de cosas que en el mundo de los ocupados-estresados se categorizan bajo el criterio de estupideces, como esta que estoy escribiendo ahora, en que evidentemente estoy más relajada… jajaja!
Cuando camino por el pasillo siempre elijo el lado derecho para sentarme (mi derecha, justo en la columna del chofer), entre el rango del primer a tercer puesto, nunca más atrás y nunca a la izquierda…
A la derecha porque a esa hora pega el sol por ese lado y en los primeros puestos porque mis viajes matutinos suelen estar llenos de prisa y ansiedad, lo que me hace pensar estúpidamente, que mientras más adelante todo irá más rápido…pff!
La micro baja y en el hospital naval a esa hora siempre se sube el club del adulto mayor… yo no sé qué pasa, pero muchos abuelitos suben a esa hora como si se hubiesen ido de carrete el día anterior y se estuvieran recién yendo a sus casas (porque debo decir que muchos de ellos vienen con lentes de sol… oh sí!).
Me gusta pensar que vienen de un carrete, porque es un parche bonito (como los de Winnie Pooh que uno les pone a los peques disfrazando una verdad manipulándola y haciéndola más bella). Después de ver como uno de los ancianitos se caía en medio de la calle dolorosamente con su bastoncito y todos corrieron a ayudarlo, empecé a tratar de borrar esa imagen desastrosa de mi mente pensando una tontera de esta envergadura.
La 304 baja hasta el Líder. El Líder es un supermercado, que ahora se hace llamar HIPER. Ahora tienen también HIPER publicidad e HIPER carteles por doquier. Es imposible no ver a las pequeñas rubias y de ojitos claros hacerle publicidad a las esferas de navidad o a la mamá de blusa morada con su lápiz en mano o a Don Francisco que por estas fechas no se pierde ni una. Ahí paramos un buen rato (¿se nota por la descripción verdad?) y luego, avanzamos… la 304 entra luego a San Antonio y empieza a recorrer esos pasajes con mis tiendas frecuentes en aquellos años de Universidad… los centros de internet, la veintiúnica verdulería, la Panadería/Pastelería, el Quinto Botón y sus metros de velcro, la casa de Cumpleaños Lucía y Rhino de los confites.
Y en ese entonces ya debo ir en la mitad de mi camino…
El reloj de la Iglesia San Antonio la mayor de las veces está malo…pero esa situación de NO DISPONIBLE me ha logrado regular y me ha logrado hacer pensar que no porque vea la hora voy a llegar menos atrasada…
Cuando tomamos 1 norte, lo último que veo es el Panamerican y ahí ya sé que debo bajar…
Luego es la misma rutina, sólo en dirección contraria…
Por cierto que en estos trayectos no nos dedicamos a no pensar en nada… por el contrario es la pausa que nos permite organizarnos para el día siguiente, para retomar cuestionamientos que sólo se atolondran y paran de fastidiar con una rutina recargada. En los trayectos también nos dedicamos a mirar el paisaje que nunca vemos, a la gente que pasa y las cosas que hacen. Se han preguntado alguna vez:
¿Cuántas personas vemos desde la micro sin que nos vean?
O ¿Cuántas personas nos ven en la micro y no las vemos por ir pensando tonteras?
O ¿con cuántos hemos tenido esa maravillosa fracción de segundo de verse y saludarse con sonrisas de oreja a oreja antes que el semáforo - siempre odioso y que justo en esos instantes se vuelven de menos de “tres tiempos”- marque el verde y la micro parta?
O ¿Cuántas veces hemos decidido tomar la micro cuando te encuentras con alguien que te provoca sentimientos confusos y que no quieres saludar?
De hecho alguna vez me pasaron todas estas situaciones y ese factor sorpresa a veces me hace mantener los ojos bien abiertos enterándome de todo y es así como he conocido gente que no me conoce, pero que no olvidaré por las cosas que hacían a esa hora de la mañana en la que otros muchos se abocan sólo a trabajar…
Como los que corren por Avenida España,
como las parejas de niñitos que se besan con la efusión propia de la exploración adolescente,
como mis compañeras de Universidad con pololos que nunca supe que existían,
como los niños corriendo detrás de las palomas,
como las pequeñas colinas verdes que hay llegando a caleta abarca y que no dejan de recordarme a los prados de los Teletubbies,
como gente que va a la playa o a los muelles a esa hora y parece disfrutar de ese otro tipo de soledad estática…
Así vivo yo… viéndolo todo desde mi soledad móvil, percepcionando cosas que de seguro a nadie le interesan, pero que conforman el mundo que vivimos tan aceleradamente…
Siempre estoy esperando encontrar nuevas cosas que ver, porque estoy atenta a las cosas que me dicen mis ojos…
Yo no creo en las coincidencias… desde que lo que se hace llamar “coincidencia” se ha reiterado groseramente en mi existencia entendí que éstas no eran tales y que por eso debía poner más atención. Desde el lugar donde estás, desde el paradero de la vida en el que estemos, desde el momento en que decidimos bajar de la micro del terror para tomar nuevos rumbos…
Desde el momento en que por fin determinamos un destino claro…
Desde que el momento en que pides respuestas incesantemente, por muy secas y duras que sean y las recibes mirando por una ventana de micro… desde ese entonces creo en la lectura del universo y sus sucesos.
Tú también deberías creer en eso…
Quizás mirando por la ventana de una micro puedes enterarte de muchas cosas que el fotolog, el blog y los murmullos no pueden contarte…
Sólo con ver la expresión de los rostros, la postura al caminar, la dirección de la mirada, podemos inferir mucho más de lo que vemos aquí…
quizás hay alguien que también desde la calle te está buscando… para encontrarte en aquel semáforo de menos de tres tiempos…
Siempre he pensado que las cosas pasan porque el mundo a pesar de tener muchos ruidos de bocinas, mucho humo, gritos, asaltos, tiene partes de silencio y de soledad que comunican prescindiendo del ruido…
y que tiene groseras coincidencias que sólo tienen una finalidad:
¡Saber para dónde va la micro!